lunes, 15 de enero de 2024

CONEJILLOS DE LAS INDIAS


 

Experimento psicopatopolítico.

Cualquiera tiene derecho a su propio delirio.

Mamarrachismo también. Crónicas mamarrachas.

Por un lado:

Chitrulas rapaces y zombies traidores en aceitada y previsible combinación.

Héroes epiteliales a la conquista de alguna sonrisa de cabaret, mientras prometen a sus lunáticos esclarecidos una revolución para el lunes que viene.

Millones de boluditos narcisistas hipertrofiados se embelesan con su autopercepción cibernética en la pared espejada de su burbuja emoji, endeudándose y vendiéndose con fascinación hasta que les explote la burbuja y su cabeza.

Por otro lado:

Estadistas epidérmicos para velar las armas de las apariencias: "Llamesé democracia a este cuento de hadas…", y ponen una firma encima de la otra, como alambres de púas protegiendo el terreno donde retozan sus culos apoltronados, tirando discursos bonitos con una pedorrera soporífera.

Hasta ser sustituidos por alguna fiera onanista, lanzando espuma por la boca con los ojos desorbitados cuando haga falta reemplazar la aletargada gestión de la debacle por otros  modos novedosos y más divertidos.

Por detrás de la kermesse, más allá del esperpento:
Los Dueños  coordinan y solventan su adicción sin fondo articulando el mercado de eso a lo que todos los demás somos evidentes adictos, eso, sea lo que sea, que hizo del planeta un circo cada vez más febril, vocinglero, sangriento y rutilante.

A las chitrulas, a los zombies, a los héroes, a los boluditos, a los burócratas remilgados o fieras, nos encanta.

Dicen que siempre fue así: cualquiera podrá ser feliz, cuando eso nada signifique.



 

miércoles, 26 de julio de 2023

TORPES Y HERMOSOS

Creo estar leyendo lo que escribió.

Es probable que sea yo quien escribe lo que creo estar leyendo.

No es eso lo que siento.

Por su parte, puede haber creído expresar lo que yo nunca leeré en lo que ha escrito. De algún modo, creyó escribir lo que en sí no ha quedado dicho, lo que secretamente queda más allá.

Quien cree leer, escribe y no lo sabe.

Quien cree ser leído, es escrito y no se entera.

Creemos comunicarnos.

Eso no sucede.

Es el caso particular de un modelo más general: pareciera no haber vida en común si no es creyendo cosas que no son.

Cuando el desencanto estalla, las astillas se recogen y atesoran con celo para recordar que eso no debería volver a suceder, sin saber que esos cristales rotos ya han sido reemplazados por un renovado embeleso.

Se vislumbra ardua la sobrevida en el terreno de la lucidez extrema.

Sin la fascinación no llegan muy lejos estos desvalidos animalitos gregarios que leen o escriben sus vidas intentando ser o parecer lúcidos y hacen todo lo que hacen de un modo casi siempre hermosamente torpe.

Y misterioso.

 

VEINTISIETE VECES

Cualquier relato, cualquier teoría;  son cortes al Caos.

Sirven para organizarse y provisoriamente funcionan

                                           Pero muy pronto las cosas ya no estarán allí.

 

Parecen estar mal de la cabeza.

Es cierto: ¿quién no está mal de la cabeza?

En todo caso, están bastante peor de la cabeza que el resto.

 

Aun así, algún sentido debe resonar más allá del esperpento de su discurso, porque algo debe haber que los convierte, podría decirse, en una manga de freaks, insoslayables y hasta divertidos.

Frecuentemente son tema de conversación cuando no hay nada mejor que hacer.

 

Van por acá y por allá y alertan que los anestésicos no funcionan como todo el mundo cree que funcionan.

 

Ya sabemos de qué hablamos cuando decimos anestésicos. Pero por las dudas, se aclara.

 

Volviendo: dicen que descubrieron que los "anestésicos" no funcionan calmando el dolor. Dicen que ya nadie recuerda que el dolor no era insoportable y que tenía una potencia cognitiva que en mala hora hemos perdido.

 

El modo de hacer efecto de los "anestésicos " según esta sarta de estrafalarios personajes, es primero causar un dolor veintisiete veces más intenso que el original (sí, lo tienen calculado y parece que les arroja como resultado el nada despreciable guarismo de veintisiete veces, aunque muchas veces su narcicismo los lleva a discusiones acerca de los decimales que se deberían indicar).

Luego, otro de los componentes del dispositivo analgésico operaría los efectos de calmar el dolor que él mismo causa con un plus adicional que aporta sensaciones placenteras que consideradas aisladamente no serían nada del otro mundo, pero que en esa vorágine de endorfinas desenfrenadas, se experimenta como un éxtasis tan extremo como efímero.

 

Entonces el resultado sería que todos pedimos un poco más cada vez y con mayor frecuencia.

 

Prometen que lo que no ha logrado el “dispositivo” es neutralizar la sospecha, cualquiera de nosotros conserva su suspicacia.  Y la sospecha nos puede llevar hacia   siniestras confirmaciones.

Pontifican que, horrorizados de la cantinela que nos detiene girando en círculos autodelirantes ("excitación-monetización-frustración" se decía en otros tiempos), decidiremos huir hacia el desierto a recuperar nuestros cinco sentidos.

 

Previsiblemente, la cháchara de estos delirantes se ha converttido en motivo de conversación de mucha gente. Todos cuentan historias al respecto. Como suele suceder, siempre es algún otro el que conoce a alguien ; nunca es uno el que tiene referencias directas. Se dice que ha habido, en efecto, ya varios que han huido, y que, al tener como supuestamente tenemos, el aparato sensible tan desquiciado, hasta respirar les causa a los fugitivos un dolor insoportable.

Pero nadie aporta muchos más datos acerca de su suerte.

 

Nuestros lunáticos reafirman esas historias.

Y agregan que el dolor en sí no está.

Pero se lo siente y aceptan que muchos no lo soportan.

Como no podría ser de otro modo, aportan sus consejos al respecto.

 

Su teoría es la de que no hay ningún estado natural preexistente. Todo lo que la conciencia experimenta se debe al contraste, a la diferencia de pasar de unos sistemas a otros (no parece que hayan descubierto nada nuevo).

Dicen tener técnicas probadas que permiten intuir lo que llaman “los posibles del cuerpo” que, denuncian, han sido convenientemente neutralizados.

 

En fin.

Lo cierto es que esas cosas realmente no suelen formar parte de las inquietudes de nadie.

 

La gente que uno se cruza se queja de las cosas habituales, pero finalmente todo el mundo parece estar bastante a gusto.

 

 


 

lunes, 13 de marzo de 2023

DEMONIOS BEATÍFICOS, ÁNGELES CANALLAS


 

En esto nos convierte lo que sucede recurrentemente.

Habría que saber dejarse atravesar, asistir con fascinación y los ojos bien abiertos a la deflagración escupiendo esquirlas y desatino.

Dejarse devastar, evaporar.

Y en silencio, la disgregación; dejarse ir.

Pero quedamos tiradxs por ahí, dando lástima o vergüenza, después de suplicar lo imposible o de haber sido desterradxs de un delirio demasiado dulce.

Ya lo sabía y lo sigue sabiendo el pliegue menos visitado de lo que nunca o casi nunca queremos ver: este destino era y será inexorable.

Desde nuestro exilio cínico, vemos por acá y por allá, casi con ternura, la lucha denodada de lxs que mañana terminaran desparramadxs a nuestro lado.

Demonios beatíficos, ángeles canallas.

En esto nos convierte, irremisiblemente lo que recurrentemente sucede.

La faz de este planeta insistente está repleta de obcecadxs de esa calaña (de la nuestra)

Si es que podemos volver a recuperar la vertical del tiempo y salir de este albañal, es altamente probable recaer en esos andurriales.

A eso nos lleva esto que sucede.

Siempre.

Su reino es el de la ambigüedad sin ambages, el de la incerteza.

Reino de sombras y bultos que se menean.

Gatos pardos y alimañas furtivas.

Sí es puede ser.

Si es, puede llegar a ser o no.

Sí.

Puede ser.

No sé nunca.

O no.

No es una N y una O que juntas hacen estragos o maravillas.

La intuición y la paranoia con un solo roce de la punta de sus dedos entran en una combustión espontánea indetenible, y terminan revolcándose lascivamente, deshaciéndose en fluidos y revoltijos hasta convertirse en una misma cosa.

Nada de todo eso es permitido por las leyes del mercado, que en su lugar vende salvaciones de una transparencia tan obligatoria y correctamente política como imposible; asumiendo que hay que salvarse de algo.

Nada más fascista.

Multitudes las compran ingenuas, para exhibirlas con ingenuo orgullo, como quien se pavonea con su helado antes que se le derrita o con las flores que le regalaron, antes que se le marchiten.

No habría mercado sin ingenuidad.

Pero la ingenuidad es más antigua que el mercado, y lo sobrevivirá.

No obstante, lo que sigue sucediendo material e indómitamente, lo hace por fuera.

Más allá de las estadísticas

Por fuera de las rutilantes eternidades selfies, adictivas, bobas, tan bobas.

Reduciendo al ridículo cualquier discurso.

Sucede implacablemente, por no decir impiadosamente porque la piedad no es nada más que otra categoría vacía de mercado, valga la redundancia.

Dicen que un imperio nace del miedo, crece por ambición, se mantiene por avaricia y cae por estupidez.

De esas cuatro cosas también está hecho esto que sucede.

Dicen que hay solo cuatro cosas que se pueden hacer para sobrevivir: mendigar, robar, prostituirse o trabajar. Cabría sospechar de la única que se proclama virtuosa, porque puede llegar a ser el camuflaje de alguna de las otras tres.

Muy similar es el modo de camuflar esto que sucede.

Esto que sucede y seguirá llenando al mundo de demonios beatíficos y ángeles canallas como nosotrxs, todxs nosotrxs.

Por acá o por allá, inoportuno, rompiendo lo previsto y calculable.

Como una partícula subatómica incierta indócil, indetenible en un lugar.

Esto que sucede.

Por debajo de mutuos camuflajes, ya sabemos de qué estamos hablando.

Aunque nunca podremos entenderlo.

 

miércoles, 8 de marzo de 2023

EL APARATO DIGESTIVO DE LA REALIDAD


 

El Aparato Digestivo de la Realidad debe haber fallado.

Porque pude nombrarlo.

Tal vez casi siempre falle, pero no siempre; y ahí quizás resida su altísima efectividad y su mecanismo de preservación.

Porque eso pondría en duda lo que sigue.

Pero aun así, sigo…

Porque creo que de su presunta falla he comenzado a sospechar que ahí está el Aparato Digestivo de la Realidad y que es una parafernalia de piezas del propio cuerpo que podrían haber sido organizadas de una indeterminada cantidad de modos posibles para hacer cualquier otra cosa.

Pero  no fue dispuesto como tal para digerir realidad alguna.

Esa es la trampa. Confundir el efecto con la causa

No hay Realidad que lo anteceda.

Hay una mezcla diversa de toxinas leves segregadas por el Aparato Digestivo de la Realidad que las suministra homeostáticamente en dosis adecuadas a su tolerancia y asimilación, ganando tiempo, impregnando cada rincón celular y haciéndolas danzar adecuadamente con las endorfinas hasta que la idea del cuerpo se convierta en una conciencia dócil y, finalmente, en un deseo en sí, para neutralizar cualquier tipo de alarma.

Se alucinarán unas pocas coordenadas delimitando un sitio acogedor, en el que toda suspicacia provoque náuseas como primera reacción.

El Aparato Digestivo de la Realidad deberá pasar desapercibido …salvo que falle (como sería el caso), situación  en la cual tendrá a mano la paranoia o cualquier otra cosa clasificada como patología a ser tratada en el manual de trastornos mentales de moda. Buen camuflaje.

En todos los casos, imponiendo la orden de ensayar alguna sintonía con sus secreciones y excreciones.

Hasta que se crea que hay afuera, adentro, y un orden absurdamente lógico acatado, como es proverbial, por la gran mayoría de cuerpos dotados de Aparato Digestivo de la Realidad; que deambulan por ahí sin percibir la presencia de esa aceitada maquinaria hecha con su propia materia.

 

 

 

miércoles, 1 de febrero de 2023

Y A QUIÉN LE IMPORTA TU VERSIÓN


 

Golpes a la puerta después del timbre que, dormida, no escuchó.

Se levantó de mala gana y fue a abrir como estaba. Y descalza, porque no encontró nada a mano que ponerse.

Algunas personas se vuelven nudos en la imaginación. Muy difícil desatarlos. Las conexiones del pensamiento fluyen anárquicas hasta que quedan enganchadas en el enredo imaginario. De ahí en más todo es rumiante, lamentable, previsible.

Quien esperaba del otro lado de la puerta iba a empezar a hablar ni bien ella abrió, pero ella habló antes, con desgano:

_ ¿Qué hacés acá?...qué remera horrible te pusiste…

_ Quería evitarte la molestia de mentirme y quería evitarme la pelotudez de creérmelo… _ dijo para dar media vuelta y desaparecer por la escalera. Solo pudo atinar a repetir el discurso que había ensayado, lo cual resultó absurdo después de un comentario acerca de su atuendo.

Quien habló no era un nudo para ella.

Ella, evidentemente, lo era otra él.

Cerró la puerta con desganada indiferencia y volvió a despatarrarse sobre las sábanas revueltas de sábado a la mañana y de todos los otros días también. “…patético...” balbuceó durante el segundo que le llevó volver a dormirse.

Quince minutos más tarde él caminaba por la calle casi desierta.

Había comenzado a llover.

Pero él taconeaba igual, sin buscar reparo. Empujado por un pico de adrenalina. Cada paso parecía una trompada que emitía un eco en la calle solitaria. Regodeándose con la escena anterior, repitiéndose a sí mismo una y otra vez en su cabeza el speech para cerciorarse que lo había dicho tal cual lo había ensayado; y tomándose después la licencia de introducirle pequeñas variaciones que podrían haberlo mejorado (siempre se puede mejorar lo que se dice y nunca alcanza). En todas las variantes posibles, seguro de haber dado en el centro del blanco con una flecha envenenada.

Blanco imaginario.

Imaginario veneno.

Estaba enredando aún más su nudo. Le sería adictivo volver a engancharse en él cada vez que no quisiera hacerlo. Aún no lo sabía. Y no recordaba las tantas veces que ya le había ocurrido lo mismo.

Dieciséis minutos después (un minuto más) ella se levantó y casi no tenía residuo en su memoria de lo que había pasado antes.

Estaba pensando en otras cosas.

Verificó que el tipo de la ventana enfrentada a la suya, diez metros del otro lado del vacío, ya hubiera entornado las cortinas.

Abrió muy bien las suyas, prendió la luz, se desnudó y comenzó a pasearse por el cuarto.

Él ya estaría con sus binoculares mirándola por entre la pequeña abertura.

A ella le encantaba saber que él la estaba mirando; maginar que lo estaba excitando.

A él, al tipo de la ventana, a ese tipo que le resultaba bastante repulsivo. Sin saber por qué. Apenas habrían intercambiado un par de saludos en el ascensor alguna vez.

Del otro lado, tras la cortina, no era el tipo quien estaba observando. Era su novia, mientras él aún dormitaba, amodorrado

_ ¡Tenés razón, pobre mina!_ dijo ella divertida

_ Mmh...ya te dije, no debe estar muy bien de la cabeza _ agregó él con desgano

_ Igual está buena …y vos más de una vez te habrás calentado espiandolá, ¿no? _ inquirió ella

_ Vos tenés mucho mejor culo…_ respondío él con previsible astucia

Ella dejó los binoculares y volvió a la cama. Se rieron un rato, instante durante el cual olvidaron apenas el desprecio mutuo.

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Uno de los tipos sentados en la mesa de la ventana  miró pasar por la vereda a alguien que caminaba debajo de la llovizna. Se quedó mirándolo para distraerse un poco de la charla afiebrada del que tenía en frente

_ Es una ciudad de mierda…una ciudad infernal hicieron…flor de turros eran al final…entramos todos como caballos. Parecían catequistas y abajo del saco traían un facón. Y toda esa manga de perritos falderos esperando que les tiren un hueso…caniches que se convierten en hienas salvajes al primer indicio de que va a escasear la carroña….se lamen el culo entre ellos hasta que haga falta comerse crudo a alguno…hijos de puta _ seguía hablando aunque su compañero no le estuviera prestando atención.

“Este también se convertiría en una hiena si pudiera acercarse a algún hueso a medio pelar…”, pensó mientras el estrafalario personaje  con una remera horrible que se mojaba allá afuera y que iba hablando solo, dio vuelta la esquina y él no tuvo más remedio que volver a escuchar al germen de hiena que seguía despotricando.

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Al fin la calle vacía bajo la lluvia de la ciudad que envió al ostracismo al encantamiento del mundo.

Por un rato quien quisiera podría permitirse la ilusión de que el agua, lavando el pavimento, no dejará rastros de paranoia, ni de ánimo de revancha, ni sed de venganza.

Nadie sabe quién es quién.

Cualquiera podría ser un déspota fallido.

Se podrían hacer tantas cosas en una ciudad.

Pero todo pareciera limitarse a la organización jerárquica del saqueo.

Y las tareas necesarias a tales efectos: administrar la sumisión y monetizar los conatos de rebeldía.

Nombrar o invisibilizar las cosas según convenga.

Los farsantes payasos mercachifles tienen a la mano un mercado de disfraces ampliamente surtido para adornar el espectáculo de variedades de sus vidas con la careta de su héroe preferido.

Para camuflar, quizás, que casi todo (casi todo) se reduce a solo dos cosas: robar o revolver en la basura con deleite.

Muy de vez en cuando a alguno le sale bien, acomodándose del lado del robo que se premia, se aplaude, se codicia y se envidia. O hace de hurgar en la basura ajena su emporio.

El resto deberá cambiar de semblante con mucha mayor frecuencia y riesgo de desbarrancarse.

Los estratos inferiores del robo y del cirujeo son castigados sin piedad.

Por lo demás, todos naufragan con las derivas de moda del amor o de la inquina, relegadas como están detrás de algún pliegue del olvido (ese otro disimulo) las desventuras de su denodada lucha por disfrazarse adecuadamente con alguna versión de sí, sin poder siquiera intuir cómo funcionan las cosas.

Quién sabe qué hay más allá de su versión.

lunes, 9 de enero de 2023

TODAS LAS CIUDADES DE MIERDA

 


¿Existe alguna ciudad que pueda funcionar prescindiendo de la simulación, de la impostura?

Se asoma allí otra manera de preguntarlo: ¿se puede sobrevivir dándose el lujo de no simular, de no ser un impostor?

En ese sentido: ¿cuál sería el semblante sincero que esas caretas están velando?

Si se habla de ciudad, se habla de toda vida humana, que o está anclada a una ciudad irremisiblemente, o lo estará, o se referencia y remite a lo que en alguna ciudad se maquina y pergeña.

¿Cómo será la nobleza relegada?

Estoy escribiendo esto desde esta ciudad de mierda.

Cualquier ciudad es una ciudad de mierda por definición.

Y si no hay ciudad que pueda funcionar sin la simulación y la impostura, tampoco hay ciudad libre de la afección primordial de cualquier maraña urbana: la paranoia.

Y que esté paranoico no significa que no sepa que estoy hiriendo algo o a alguien a cada paso que doy, ni que cualquier mirada o cualquier palabra puedan convertirse en una astilla afiladísima a la vuelta de cualquier esquina.

Debe haber signos de vida más allá de la traición.

Hay días en los que se puede ser tan feliz en una ciudad de mierda.

Y hay días en la ciudad de mierda en los que hasta esos buenos recuerdos son malos.