Experimento
psicopatopolítico.
Cualquiera tiene derecho a su propio delirio.
Mamarrachismo también. Crónicas mamarrachas.
Por un lado:
Chitrulas rapaces y zombies traidores en aceitada y previsible combinación.
Héroes epiteliales a la conquista de alguna sonrisa de cabaret, mientras
prometen a sus lunáticos esclarecidos una revolución para el lunes que viene.
Millones de boluditos narcisistas hipertrofiados se embelesan con su autopercepción cibernética en la pared espejada de su burbuja emoji, endeudándose y vendiéndose
con fascinación hasta que les explote la burbuja y su cabeza.
Por otro lado:
Estadistas epidérmicos para velar las armas de las apariencias: "Llamesé
democracia a este cuento de hadas…", y ponen una firma encima de la otra,
como alambres de púas protegiendo el terreno donde retozan sus culos
apoltronados, tirando discursos bonitos con una pedorrera soporífera.
Hasta ser sustituidos por alguna fiera onanista, lanzando espuma por la boca
con los ojos desorbitados cuando haga falta reemplazar la aletargada gestión de
la debacle por otros modos novedosos y
más divertidos.
Por detrás de la kermesse, más allá del esperpento:
Los Dueños coordinan y solventan su
adicción sin fondo articulando el mercado de eso a lo que todos los demás somos
evidentes adictos, eso, sea lo que sea, que hizo del planeta un circo cada vez
más febril, vocinglero, sangriento y rutilante.
A las chitrulas, a los zombies, a los héroes, a los boluditos, a los burócratas
remilgados o fieras, nos encanta.
Dicen que siempre fue así: cualquiera podrá ser feliz, cuando eso nada signifique.
lunes, 15 de enero de 2024
CONEJILLOS DE LAS INDIAS
miércoles, 26 de julio de 2023
TORPES Y HERMOSOS
Creo estar leyendo lo que escribió.
Es probable que sea yo quien escribe lo que creo estar
leyendo.
No es eso lo que siento.
Por su parte, puede haber creído expresar lo que yo
nunca leeré en lo que ha escrito. De algún modo, creyó escribir lo que en sí no
ha quedado dicho, lo que secretamente queda más allá.
Quien cree leer, escribe y no lo sabe.
Quien cree ser leído, es escrito y no se entera.
Creemos comunicarnos.
Eso no sucede.
Es el caso particular de un modelo más general:
pareciera no haber vida en común si no es creyendo cosas que no son.
Cuando el desencanto estalla, las astillas se recogen
y atesoran con celo para recordar que eso no debería volver a suceder, sin
saber que esos cristales rotos ya han sido reemplazados por un renovado
embeleso.
Se vislumbra ardua la sobrevida en el terreno de la
lucidez extrema.
Sin la fascinación no llegan muy lejos estos
desvalidos animalitos gregarios que leen o escriben sus vidas intentando ser o
parecer lúcidos y hacen todo lo que hacen de un modo casi siempre hermosamente
torpe.
Y misterioso.
VEINTISIETE VECES
Cualquier
relato, cualquier teoría; son cortes al
Caos.
Sirven para organizarse y provisoriamente
funcionan
Pero
muy pronto las cosas ya no estarán allí.
Parecen estar mal de la cabeza.
Es cierto: ¿quién no está mal de la cabeza?
En todo caso, están bastante peor de la cabeza
que el resto.
Aun así, algún sentido debe resonar más allá
del esperpento de su discurso, porque algo debe haber que los convierte, podría
decirse, en una manga de freaks, insoslayables y hasta divertidos.
Frecuentemente son tema de conversación cuando
no hay nada mejor que hacer.
Van por acá y por allá y alertan que los
anestésicos no funcionan como todo el mundo cree que funcionan.
Ya sabemos de qué hablamos cuando decimos
anestésicos. Pero por las dudas, se aclara.
Volviendo: dicen que descubrieron que los
"anestésicos" no funcionan calmando el dolor. Dicen que ya nadie
recuerda que el dolor no era insoportable y que tenía una potencia cognitiva
que en mala hora hemos perdido.
El modo de hacer efecto de los
"anestésicos " según esta sarta de estrafalarios personajes, es
primero causar un dolor veintisiete veces más intenso que el original (sí, lo
tienen calculado y parece que les arroja como resultado el nada despreciable
guarismo de veintisiete veces, aunque muchas veces su narcicismo los lleva a
discusiones acerca de los decimales que se deberían indicar).
Luego, otro de los componentes del dispositivo
analgésico operaría los efectos de calmar el dolor que él mismo causa con un
plus adicional que aporta sensaciones placenteras que consideradas aisladamente
no serían nada del otro mundo, pero que en esa vorágine de endorfinas
desenfrenadas, se experimenta como un éxtasis tan extremo como efímero.
Entonces el resultado sería que todos pedimos un
poco más cada vez y con mayor frecuencia.
Prometen que lo que no ha logrado el
“dispositivo” es neutralizar la sospecha, cualquiera de nosotros conserva su
suspicacia. Y la sospecha nos puede
llevar hacia siniestras confirmaciones.
Pontifican que, horrorizados de la cantinela
que nos detiene girando en círculos autodelirantes ("excitación-monetización-frustración" se decía en otros tiempos), decidiremos huir hacia el desierto a recuperar nuestros cinco sentidos.
Previsiblemente, la cháchara de estos delirantes se ha converttido en motivo de conversación de mucha gente. Todos cuentan historias al respecto. Como suele
suceder, siempre es algún otro el que conoce a alguien ; nunca es uno el que
tiene referencias directas. Se dice que ha habido, en efecto, ya varios que han
huido, y que, al tener como supuestamente tenemos, el aparato sensible tan
desquiciado, hasta respirar les causa a los fugitivos un dolor insoportable.
Pero nadie aporta muchos más datos acerca de su suerte.
Nuestros lunáticos reafirman esas historias.
Y agregan que el dolor en sí no está.
Pero se lo siente y aceptan que muchos no lo
soportan.
Como no podría ser de otro modo, aportan sus consejos al
respecto.
Su teoría es la de que no hay ningún estado
natural preexistente. Todo lo que la conciencia experimenta se debe al
contraste, a la diferencia de pasar de unos sistemas a otros (no parece que
hayan descubierto nada nuevo).
Dicen tener técnicas probadas que permiten
intuir lo que llaman “los posibles del cuerpo” que, denuncian, han sido
convenientemente neutralizados.
En fin.
Lo cierto es que esas cosas realmente no suelen
formar parte de las inquietudes de nadie.
La gente que uno se cruza se queja de las
cosas habituales, pero finalmente todo el mundo parece estar bastante a gusto.
lunes, 13 de marzo de 2023
DEMONIOS BEATÍFICOS, ÁNGELES CANALLAS
En esto nos convierte lo que sucede recurrentemente.
Habría que saber dejarse atravesar, asistir con fascinación
y los ojos bien abiertos a la deflagración escupiendo esquirlas y desatino.
Dejarse devastar, evaporar.
Y en silencio, la disgregación; dejarse ir.
Pero quedamos tiradxs por ahí, dando lástima o vergüenza,
después de suplicar lo imposible o de haber sido desterradxs de un delirio
demasiado dulce.
Ya lo sabía y lo sigue sabiendo el pliegue menos visitado de lo que nunca o casi
nunca queremos ver: este destino era y será inexorable.
Desde nuestro exilio cínico, vemos por acá y por allá, casi
con ternura, la lucha denodada de lxs que mañana terminaran desparramadxs a
nuestro lado.
Demonios beatíficos, ángeles canallas.
En esto nos convierte, irremisiblemente lo que recurrentemente sucede.
La faz de este planeta insistente está repleta de obcecadxs
de esa calaña (de la nuestra)
Si es que podemos volver a recuperar la vertical del tiempo
y salir de este albañal, es altamente probable recaer en esos andurriales.
A eso nos lleva esto que sucede.
Siempre.
Su reino es el de la ambigüedad sin ambages, el de la
incerteza.
Reino de sombras y bultos que se menean.
Gatos pardos y alimañas furtivas.
Sí es puede ser.
Si es, puede llegar a ser o no.
Sí.
Puede ser.
No sé nunca.
O no.
No es una N y una O que juntas hacen estragos o maravillas.
La intuición y la paranoia con un solo roce de la punta de
sus dedos entran en una combustión espontánea indetenible, y terminan
revolcándose lascivamente, deshaciéndose en fluidos y revoltijos hasta
convertirse en una misma cosa.
Nada de todo eso es permitido por las leyes del mercado, que
en su lugar vende salvaciones de una transparencia tan obligatoria y
correctamente política como imposible; asumiendo que hay que salvarse de algo.
Nada más fascista.
Multitudes las compran ingenuas, para exhibirlas con ingenuo
orgullo, como quien se pavonea con su helado antes que se le derrita o con las
flores que le regalaron, antes que se le marchiten.
No habría mercado sin ingenuidad.
Pero la ingenuidad es más antigua que el mercado, y lo
sobrevivirá.
No obstante, lo que sigue sucediendo material e
indómitamente, lo hace por fuera.
Más allá de las estadísticas
Por fuera de las rutilantes eternidades selfies,
adictivas, bobas, tan bobas.
Reduciendo al ridículo cualquier discurso.
Sucede implacablemente, por no decir impiadosamente porque la
piedad no es nada más que otra categoría vacía de mercado, valga la
redundancia.
Dicen que un imperio nace del miedo, crece por ambición, se mantiene por avaricia y cae por estupidez.
De esas cuatro cosas también está hecho esto que sucede.
Dicen que hay solo cuatro cosas que se pueden hacer para sobrevivir: mendigar, robar, prostituirse o trabajar. Cabría sospechar de la única que se proclama virtuosa, porque puede llegar a ser el camuflaje de alguna de las otras tres.
Muy similar es el modo de camuflar esto que sucede.
Esto que sucede y seguirá llenando al mundo de demonios
beatíficos y ángeles canallas como nosotrxs, todxs nosotrxs.
Por acá o por allá, inoportuno, rompiendo lo previsto y calculable.
Como una partícula subatómica incierta indócil, indetenible
en un lugar.
Esto que sucede.
Por debajo de mutuos camuflajes, ya sabemos de qué estamos
hablando.
Aunque nunca podremos entenderlo.
miércoles, 8 de marzo de 2023
EL APARATO DIGESTIVO DE LA REALIDAD
El Aparato Digestivo de la Realidad debe haber fallado.
Porque pude nombrarlo.
Tal vez casi siempre falle, pero no siempre; y ahí quizás resida
su altísima efectividad y su mecanismo de preservación.
Porque eso pondría en duda lo que sigue.
Pero aun así, sigo…
Porque creo que de su presunta falla he comenzado a
sospechar que ahí está el Aparato Digestivo de la Realidad y que es una
parafernalia de piezas del propio cuerpo que podrían haber sido organizadas de
una indeterminada cantidad de modos posibles para hacer cualquier otra cosa.
Pero no fue dispuesto
como tal para digerir realidad alguna.
Esa es la trampa. Confundir el efecto con la causa
No hay Realidad que lo anteceda.
Hay una mezcla diversa de toxinas leves segregadas por el
Aparato Digestivo de la Realidad que las suministra homeostáticamente en dosis adecuadas
a su tolerancia y asimilación, ganando tiempo, impregnando cada rincón celular
y haciéndolas danzar adecuadamente con las endorfinas hasta que la idea del
cuerpo se convierta en una conciencia dócil y, finalmente, en un deseo en sí,
para neutralizar cualquier tipo de alarma.
Se alucinarán unas pocas coordenadas delimitando un sitio
acogedor, en el que toda suspicacia provoque náuseas como primera reacción.
El Aparato Digestivo de la Realidad deberá pasar
desapercibido …salvo que falle (como sería el caso), situación en la cual tendrá a mano la paranoia o
cualquier otra cosa clasificada como patología a ser tratada en el manual de
trastornos mentales de moda. Buen camuflaje.
En todos los casos, imponiendo la orden de ensayar alguna
sintonía con sus secreciones y excreciones.
Hasta que se crea que hay afuera, adentro, y un orden
absurdamente lógico acatado, como es proverbial, por la gran mayoría de cuerpos
dotados de Aparato Digestivo de la Realidad; que deambulan por ahí sin percibir
la presencia de esa aceitada maquinaria hecha con su propia materia.
miércoles, 1 de febrero de 2023
Y A QUIÉN LE IMPORTA TU VERSIÓN
Golpes a la
puerta después del timbre que, dormida, no escuchó.
Se levantó de
mala gana y fue a abrir como estaba. Y descalza, porque no encontró nada a mano
que ponerse.
Algunas
personas se vuelven nudos en la imaginación. Muy difícil desatarlos. Las
conexiones del pensamiento fluyen anárquicas hasta que quedan enganchadas en el
enredo imaginario. De ahí en más todo es rumiante, lamentable, previsible.
Quien esperaba
del otro lado de la puerta iba a empezar a hablar ni bien ella abrió, pero ella
habló antes, con desgano:
_ ¿Qué hacés
acá?...qué remera horrible te pusiste…
_ Quería
evitarte la molestia de mentirme y quería evitarme la pelotudez de creérmelo… _
dijo para dar media vuelta y desaparecer por la escalera. Solo pudo atinar a
repetir el discurso que había ensayado, lo cual resultó absurdo después de un comentario
acerca de su atuendo.
Quien habló no
era un nudo para ella.
Ella,
evidentemente, lo era otra él.
Cerró la puerta
con desganada indiferencia y volvió a despatarrarse sobre las sábanas revueltas
de sábado a la mañana y de todos los otros días también. “…patético...” balbuceó
durante el segundo que le llevó volver a dormirse.
Quince minutos
más tarde él caminaba por la calle casi desierta.
Había comenzado
a llover.
Pero él taconeaba
igual, sin buscar reparo. Empujado por un pico de adrenalina. Cada paso parecía
una trompada que emitía un eco en la calle solitaria. Regodeándose con la
escena anterior, repitiéndose a sí mismo una y otra vez en su cabeza el speech
para cerciorarse que lo había dicho tal cual lo había ensayado; y tomándose
después la licencia de introducirle pequeñas variaciones que podrían haberlo
mejorado (siempre se puede mejorar lo que se dice y nunca alcanza). En todas
las variantes posibles, seguro de haber dado en el centro del blanco con una
flecha envenenada.
Blanco
imaginario.
Imaginario
veneno.
Estaba
enredando aún más su nudo. Le sería adictivo volver a engancharse en él cada
vez que no quisiera hacerlo. Aún no lo sabía. Y no recordaba las tantas veces
que ya le había ocurrido lo mismo.
Dieciséis
minutos después (un minuto más) ella se levantó y casi no tenía residuo en su
memoria de lo que había pasado antes.
Estaba pensando
en otras cosas.
Verificó que el
tipo de la ventana enfrentada a la suya, diez metros del otro lado del vacío, ya
hubiera entornado las cortinas.
Abrió muy bien
las suyas, prendió la luz, se desnudó y comenzó a pasearse por el cuarto.
Él ya estaría
con sus binoculares mirándola por entre la pequeña abertura.
A ella le
encantaba saber que él la estaba mirando; maginar que lo estaba excitando.
A él, al tipo
de la ventana, a ese tipo que le resultaba bastante repulsivo. Sin saber por
qué. Apenas habrían intercambiado un par de saludos en el ascensor alguna vez.
Del otro lado,
tras la cortina, no era el tipo quien estaba observando. Era su novia, mientras
él aún dormitaba, amodorrado
_ ¡Tenés razón,
pobre mina!_ dijo ella divertida
_ Mmh...ya te
dije, no debe estar muy bien de la cabeza _ agregó él con desgano
_ Igual está
buena …y vos más de una vez te habrás calentado espiandolá, ¿no? _ inquirió
ella
_ Vos tenés
mucho mejor culo…_ respondío él con previsible astucia
Ella dejó los
binoculares y volvió a la cama. Se rieron un rato, instante durante el cual
olvidaron apenas el desprecio mutuo.
-----
Uno de los
tipos sentados en la mesa de la ventana miró
pasar por la vereda a alguien que caminaba debajo de la llovizna. Se quedó
mirándolo para distraerse un poco de la charla afiebrada del que tenía en
frente
_ Es una ciudad
de mierda…una ciudad infernal hicieron…flor de turros eran al final…entramos
todos como caballos. Parecían catequistas y abajo del saco traían un facón. Y
toda esa manga de perritos falderos esperando que les tiren un hueso…caniches
que se convierten en hienas salvajes al primer indicio de que va a escasear la
carroña….se lamen el culo entre ellos hasta que haga falta comerse crudo a
alguno…hijos de puta _ seguía hablando aunque su compañero no le estuviera
prestando atención.
“Este
también se convertiría en una hiena si pudiera acercarse a algún hueso a medio
pelar…”, pensó mientras
el estrafalario personaje con una remera
horrible que se mojaba allá afuera y que iba hablando solo, dio vuelta la
esquina y él no tuvo más remedio que volver a escuchar al germen de hiena que
seguía despotricando.
-----
Al fin la calle
vacía bajo la lluvia de la ciudad que envió al ostracismo al encantamiento del
mundo.
Por un rato
quien quisiera podría permitirse la ilusión de que el agua, lavando el pavimento,
no dejará rastros de paranoia, ni de ánimo de revancha, ni sed de venganza.
Nadie sabe
quién es quién.
Cualquiera
podría ser un déspota fallido.
Se podrían
hacer tantas cosas en una ciudad.
Pero todo
pareciera limitarse a la organización jerárquica del saqueo.
Y las tareas
necesarias a tales efectos: administrar la sumisión y monetizar los conatos de
rebeldía.
Nombrar o
invisibilizar las cosas según convenga.
Los farsantes
payasos mercachifles tienen a la mano un mercado de disfraces ampliamente
surtido para adornar el espectáculo de variedades de sus vidas con la careta de
su héroe preferido.
Para camuflar,
quizás, que casi todo (casi todo) se reduce a solo dos cosas: robar o revolver
en la basura con deleite.
Muy de vez en
cuando a alguno le sale bien, acomodándose del lado del robo que se premia, se
aplaude, se codicia y se envidia. O hace de hurgar en la basura ajena su
emporio.
El resto deberá
cambiar de semblante con mucha mayor frecuencia y riesgo de desbarrancarse.
Los estratos
inferiores del robo y del cirujeo son castigados sin piedad.
Por lo demás,
todos naufragan con las derivas de moda del amor o de la inquina, relegadas
como están detrás de algún pliegue del olvido (ese otro disimulo) las
desventuras de su denodada lucha por disfrazarse adecuadamente con alguna
versión de sí, sin poder siquiera intuir cómo funcionan las cosas.
Quién sabe qué
hay más allá de su versión.
lunes, 9 de enero de 2023
TODAS LAS CIUDADES DE MIERDA
¿Existe alguna ciudad que pueda funcionar prescindiendo de la
simulación, de la impostura?
Se asoma allí otra manera de preguntarlo: ¿se puede sobrevivir dándose
el lujo de no simular, de no ser un impostor?
En ese sentido: ¿cuál sería el semblante sincero que esas caretas están
velando?
Si se habla de ciudad, se habla de toda vida humana, que o está
anclada a una ciudad irremisiblemente, o lo estará, o se referencia y remite a
lo que en alguna ciudad se maquina y pergeña.
¿Cómo será la nobleza relegada?
Estoy escribiendo esto desde esta ciudad de mierda.
Cualquier ciudad es una ciudad de mierda por definición.
Y si no hay ciudad que pueda funcionar sin la simulación y la impostura,
tampoco hay ciudad libre de la afección primordial de cualquier maraña urbana:
la paranoia.
Y que esté paranoico no significa que no sepa que estoy hiriendo algo o
a alguien a cada paso que doy, ni que cualquier mirada o cualquier palabra
puedan convertirse en una astilla afiladísima a la vuelta de cualquier esquina.
Debe haber signos de vida más allá de la traición.
Hay días en los que se puede ser tan feliz en una ciudad de mierda.
Y hay días en la ciudad de mierda en los que hasta esos buenos recuerdos
son malos.